Como ver lo que el ojo no ve?
Estoy de pie a poca distancia de una cama. Nadie se ríe. La habitación tiene aspecto solemne. Una máquina bombea aire hacia un cuerpo cansado. Un monitor mide el ritmo de los latidos de un agotado corazón. La mujer en la cama no es ninguna niña, pero lo fue. Hace décadas. Lo fue. Pero no ahora A sólo días de haber estado en el quirófano, acaban de informarle que debe regresar allí. Su débil mano aprieta la mía. Sus ojos se humedecen de temor.
No ve padre alguno. Pero el Padre la ve a ella. Confía en Él, digo para bien de ambos. Confía en la voz que susurra tu nombre.
Estoy sentado ante una mesa enfrentado a un hombre bueno. Bueno y asustado. Su temor tiene asidero. Las acciones han bajado. La inflación ha subido. No es que haya malgastado ni apostado ni jugado. Ha trabajado intensamente y ha orado con frecuencia, pero ahora tiene temor. Debajo del traje de franela se oculta un tímido corazón.
Revuelve su café y fija en mí su vista con los ojos de Coyote que acaba de darse cuenta que ha corrido hasta más allá del borde del precipicio. Está a punto de caer y caer rápidamente. Es Pedro sobre el agua., que mira la tormenta en lugar del rostro. Es Pedro en medio de las olas, que escucha el viento y no la voz.
Confía lo animo. Pero la palabra cae como una piedra. No está acostumbrado a algo tan extraño. Es un hombre de lógica. Aun cuando el barrilete se remonta por detrás de las nubes sigue sosteniendo la cuerda. Pero ahora la cuerda se ha resbalado. Y el cielo está en silencio.
Estoy de pie a poca distancia de un espejo y veo el rostro de un hombre que fracasó… le falló a su Creador otra vez. Prometí que no lo haría, pero lo hice. Me mantuve callado cuando debí haber sido denodado. Me senté cuando debí haber adoptado una postura.
Si esta fuera la primera vez, sería diferente. Pero no lo es. ¿Cuántas veces puede uno caer y tener la expectativa del rescate?
Confiar. ¿Por qué resulta fácil decírselo a otros y tan difícil recordárselo uno mismo? ¿Sabe Dios qué hace con la muerte? A la mujer le dijo que sí. ¿Sabe qué hace con la deuda? Eso fue lo que le comuniqué al hombre. ¿Puede Dios escuchar otra confesión de estos labios?
El rostro en el espejo pregunta.
Estoy de pie a pocos metros de un hombre condenado a muerte. Judío de nacimiento. Fabricante de carpas de oficio. Apóstol por llamado. Sus días están contados. Tengo curiosidad por saber qué es lo que sostiene a este hombre al aproximarse su ejecución. Así que le hago unas preguntas.
¿Tienes familia, Pablo? Ninguna.
¿Qué tal su salud? Mi cuerpo está golpeado y cansado.
¿Cuáles son tus posesiones? Tengo mis pergaminos. Mi pluma y un manto.
¿Y tu reputación? Pues, no vale mucho .Para algunos soy un hereje, para otros un indómito.
¿Tienes amigos? Sí, pero incluso algunos de ellos se han echado atrás.
¿Tienes galardones? No en la tierra.
Entonces, ¿Qué tienes, Pablo? Sin posesiones. Sin familia. Criticado por algunos. Escarnecido por otros. ¿Qué tienes Pablo? ¿Qué cosa tienes que valga la pena?
Me reclino en silencio y espero. Pablo cierra su puño. Lo mira. Yo lo miro. ¿Qué es lo que sostiene? ¿Qué tiene?
Extiende su mano para que la pueda ver. Al inclinarme hacia delante, abre su puño. Observo su palma. Está vacía.
Tengo mi fe. Es todo lo que tengo. Pero es lo único que necesito. He guardado la fe.
Pablo se reclina contra la pared de su celda y sonríe. Y yo me reclino contra la pared y fijo la vista en el rostro de un hombre que ha aprendido que la vida es más de lo que el ojo percibe.
Pues de eso se trata la fe. La fe es confiar en lo que el ojo no puede ver.
Los ojos ven al león que se acerca. La fe ve el ángel de Daniel.
Los ojos ven tormentas. La fe ve el arcoiris de Noé.
Tus ojos ven tus fallas. Tu fe ve a tu Salvador.
Tus ojos ven tu culpa. Tu fe ve su sangre.
Tus ojos ven tu tumba. Tu fe una ciudad cuyo constructor y creador es Dios.
Tus ojos miran al espejo y ven un pecador, un fracasado, un quebrantador de promesas. Pero por fe miras al espejo y te ves como pródigo elegantemente vestido llevando en tu dedo el anillo de la gracia y en tu rostro el beso de tu Padre.Pero aguarda un minuto, dice alguien. ¿Cómo sé que esto es cierto? Linda prosa, pero quiero hechos. ¿Cómo sé que estas no son sólo vanas esperanzas?
“El poder de Dios es muy grande para los que creen”, enseña Pablo. “Ese poder es como la acción de su fuerza poderosa, que ejerció en Cristo cuando lo resucitó de entre los muertos” (Efesios 1:19-20)La próxima vez que te preguntes si Dios te puede perdonar, lee ese versículo. Las mismas manos que clavaron a la cruz están abiertas para ti.
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