Sed Santos, porque yo soy Santo
“Ahora, pues, este mandato es para ustedes, los sacerdotes.2 Si no me hacen caso ni se deciden a honrar mi nombre —dice el Señor Todopoderoso—, les enviaré una maldición, y maldeciré sus bendiciones. Ya las he maldecido, porque ustedes no se han decidido a honrarme.”
Malaquias 2:1
Luego de la salvación, el llamado a la santificación constante, es lo más importante y alto para un creyente. Este proceso que nunca acaba, debe ser, por mandato de Dios (1 Pedro 1:16), la obra diaria de los que confiesan con su boca que Jesús es el Señor de sus vidas. Para un creyente regular (ese que no esta expuesto de manera formal a levantar la bandera del evangelio), ser santo o puro es un valor innegociable puesto que pondría en juego su testimonio y de plano su relación con Dios.
Creemos que como ministros, debemos tener un celo muy grande con esto; cuidando esta parte de nuestra salvación con temor y temblor.
En el último año, nos hemos enterado de tantas cosas acerca de ministros que se dan la publicidad de ser “los más santos”, quedando esa premisa como “mucha espuma y poco chocolate”. Ministros (pastores, predicadores, artistas, líderes, etc.) con problemas de mentira, lascivia, adulterio, incumplimiento de su palabra, y otros alarmantes pecados que dañan no solo sus resultados como ministerios representantes de Dios, sino el corazón de aquellos que le siguen y los que solo miran de afuera, tratando de encontrar evidencia palpable del poder transformador de Cristo.
La santificación y la purificación del creyente, mediante la lectura de la palabra, la oración y la comunión constante con Dios han quedado atrás. Para muestra basta un botón (botón, que por supuesto, no vamos a tocar). Los ministros ahora creen que porque se paran en un púlpito, tienen mas rangos espirituales que los que aquel humilde, que sentado en un lugar invisible del templo, tiembla ante la presencia del 3 veces Santo.
La categoría de sepulcro blanqueado, nos esta quedando pequeña. Ya no nos basta con relajar y comercializar el evangelio, no nos basta con el orgullo de “estrellita”, no con argumentar lo pegado que estamos para exigir lo que no merecemos. Tampoco es suficiente mentir descaradamente sobre los frutos inexistentes de nuestro ministerio, como si todo esto fuera poco también estamos dando peor testimonio que cualquier impío promedio.
No podemos seguir despreciando la mesa de Dios. No podemos seguir ofreciéndole sacrificios de corderos tuertos, cojos y ciegos. ¡Hermanos, servir al SEÑOR es un honor y un privilegio inmerecido que tenemos que honrar con nuestra vida! No es posible entender la magnitud del llamado al servicio de Dios, por lo tanto no se pueden escatimar esfuerzos, ni ninguna área de nuestra vida para ser sometida al señorío de Cristo.
Dios nos ha dado todas las herramientas para que le honremos y seamos fieles. ¿Por qué cambiar su gloria por cosas corruptibles? ¿Por qué desear más la alabanza de los hombres que agradar a Dios? Tenemos que decidir nuestro corazón a hacer lo uno o lo otro: o acarrear maldición con nuestra hipócrita manera de vivir o apartarnos y ponernos a cuenta con Dios, para ser hallados agradables a El.
No todo esta perdido. Cuando abunda nuestro pecado, su gracia sobreabunda. Su palabra afirma que si confesamos nuestros pecados El es fiel y justo para perdonarnos y limpiarnos de toda maldad. Es tardo para la ira y grande en misericordia. Rasguemos pues, nuestros corazones, humillémonos en arrepentimiento y honremos el alto llamado a Santidad.
Si estamos dispuestos a pagar el precio de servir al Señor y santificarnos, entonces seremos portadores de la gloria de Dios y de sus bendiciones.
Y Josué dijo al pueblo: Santificaos, porque Jehová hará mañana maravillas entre vosotros”.
Josué 3:5
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